martes, 9 de diciembre de 2008

Los locos bajitos



Me gusta mi profesión. Más que “enseñar” disfruto de la experiencia de compartir con estos “locos bajitos” que ven en las fotografías. He trabajado en universidades públicas y privadas y la verdad me pareció frustrante. Pero la experiencia en liceos privados fue, además de frustrante, repugnante. Porque es que no eran cualquiera: eran los más elitescos de la ciudad. Jamás vi tan de cerca el horrible rostro de la gente adinerada y burguesa, de la gente que se cree dueña del mundo y los demás sus vasallos y sirvientes. Pero es bueno que uno viva estas experiencias, que a uno le den esas bofetadas para no olvidar ni por segundos dos cosas: por una parte, que la educación en este país es una porquería, diseñada para crear un ser humano capaz de encajar perfectamente en la dinámica de una sociedad clasista, injusta, alienante y en consecuencia inhumana; y por la otra, que la educación privada es un negocio, un asunto de vender un producto, de hacerle marketing y de complacer el gusto exigente de los clientes.
Crisis educativa aparte, el contacto con los niños de las clases más deprimidas es algo que disfruto enormemente, al grado de sentirme útil, al grado de reconocer la responsabilidad que tengo. Pero además, estos chamos me han devuelto una visión del mundo de la cual uno se aparta a veces porque al paisaje siempre lo disfrazan, esa visión tiene que ver con las profundas (y de toda indole) diferencias de clases que existen en nuestra sociedad.
Esas tan disímiles vivencias, me permiten concluir algo cuyo valor para mi es inconmesurable: mientras los niños ricos dan para cumplir con un requisito e incluso por demostrar su poder adquisitivo, mis niños tienen la natural disposición a dar, a compartir lo que poseen con sus compañeros y hasta con uno a quien tienden a ver como gente que “tiene”. Dan y lo mejor es el estusiasmo que ponen en ello. No es lo que voy a contarles ahora ni el único ni el mejor motivo que tengo para escribir este post. Tengo motivos pa tirá pa arriba, como dice un amigo mío. Pero este me involucra de manera especial:
A finales de octubre los grados a los que les doy clases se reunieron, recogieron dinero y la mamá de una de las niñas hizo una torta gigantesca. Cuando entré al salón esos locos me esperaban con refrescos, chucherías y regalos. Era el día de día de mi cumpleaños. Estos gestos me sorprenden por un lado porque soy una gruñona exigente, y por el otro, porque en sus ojos se lee clarito la sencillez y la humildad aun con fallas de sintaxis. Tengo atesoradas tarjetas que hicieron algunos con hojas de cartulina; una niña me regaló una máscara para las pestañas, otra una franela. Una me llevó una cartera preciosa y otra que tiene el nombre fabuloso de Ana Karina, unos zarcillos. Samuel me regaló un pintalabios, advirtiéndome además, y esto me dio mucha risa, que él cumplía año dos días después. Pero en Samuel se puede entender, porque Samuel lo único que quiere es que uno lo quiera porque él no tiene padres. Y sigo: María Díaz me regaló tres empanadas de queso. No una, ni dos, sino tres porque ya ella me había “amenazado” con darme lo más sabroso que ella se ha comido en el mundo, que son las empanadas de queso que su mamá hace. ¿Hay algo más genuino y más dulce que eso? ¿Con qué gesto yo devuelvo las tres mejores empanadas de queso que me haya comido jamás? ¿Cómo hago yo que no uso pintalabios para no usar el que Samuel me regaló?
Trabajando en otras partes, los niños me habían dado este tipo se sorpresas por cumplir año o porque era Navidad. Pero estas cosas materiales tienen un significado distinto. Tal vez sea por la admiración que me despierta el hecho de que teniendo tan poco, para todo y hasta donde la imaginación les alcanza, ellos resuelven, o porque en lugar de exigir que les den, ellos dan. No sé exactamente cómo definir ese sentimiento. No lo sé.
Esta es María y Naudys.


Pero no fue lo material lo más valioso que recibí, el mejor regalo y suena trillado, fueron los besos y los abrazos de los corazones limpios de esos niños. Eso es: corazones limpios. Pese a la violencia, pese al abandono de quienes tendrían que velar por ellos, pese a las carencias, los más bonitos corazones limpios.
Y bueno disfruté sus voces cantándome el cumpleaños y oyendo sus recomendaciones: profe, deje torta para que lleve a su casa y mire no le dé a Ezequiel ni a José Orlando que ya ellos comieron y déme un pedacito para mi mamá. Con la torta me comí el afecto de mis niños, que algunas veces llegan a la escuela sin comer, que cuando uno les pregunta porqué no has venido a clases en estos días te dicen porque mi mamá enfermó y yo me quedé cuidando a mis hermanitos, o porque unos malandros nos invadieron el rancho y mi mamá no pudo traerme.
Esos niños de mi colegio se han convertido en el mejor termómetro que tengo para medir la calidez de la vida, lo genuino y verdadero. Me han enseñado de todo: desde lingüística hasta política. Es impresionante la capacidad que tienen para inventar palabras, sobre todo malas palabras y si uno les pregunta porqué creen que perdió Mario Silva, te dicen sin más ni más que porque él es malacopa (quieren decir, según supe después, que es sangre pesada, que cae mal)
Mis niños tienen en el rostro los verdaderos rasgos de la gente de este país Y siempre me recuerdan algo que había olvidado en cierta forma: las personas que menos poseen son más dadas a la sonrisa, escuchan con mayor atención, si te hacen cariño puedes jurar que es sincero, si se ofrecen a llevar tus libros lo hacen porque son gentiles, Y cuando dan, dan de corazón. Así sea una cara triste, o una mala respuesta; así sea una sonrisa abierta, un razonamiento brillante (y con orgullo digo que son muy frecuentes) o el paquete de caraotas que me mandó la mamá de uno de mis mejores alumnos, ellos dan sin máscaras.

Hace dos viernes pintamos entre todos la escuela. Más que de pintura, las paredes ahora están vestidas con las caras y las sonrisas, los sueños y las esperanzas de los ”locos bajitos” del colegio.
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Samuel es quien está a mi izquierda. Ya aquí nos habíamos quitado el pastillaje de la torta de cara, cuerpo y cabellos y ya estábamos embriagados de refresco.

9 comentarios:

irene dijo...

Nunca tuve vocación para la enseñanza, tal vez por eso os admiro mucho, tiene un gran mérito, yo sería incapaz.
Tengo una amiga, Mª Fernanda, a la que fui a ver hace unos días en mi viaje a Galicia, que es profesora de secundaria, la adolescencia me parece una edad muy difícil. Ella está encantada, disfruta con su trabajo y sus alumnos la adoran, me enseñaba con emoción escritos de despedida, que le dedicaban cuando abandonaban sus clases.
Un abrazo.

3rn3st0 dijo...

¿Cómo lo haces More? El otro día leí un poema tuyo que me dejó encantado y ahora leo esta nueva poesía y quedo fascinado.

No hay versos ni métrica, pero hay tal calidez y amor que no puedo sino levantarme y aplaudirte, te regalo pues un aplauso lleno de mi cariño y admiración y como no puedo perder la oportunidad ni de broma, aprovecho para darte un grandísimo abrazo :-)

Salúdame a tus chamos, tal vez nunca los conozca, pero puedes estar segura de que siempre pensaré en todos ustedes cuando vaya a mis campos a trabajar con mi gente del llano :-)

Lo que haces y expresas es hacer las cosas bien por el país es la verdadera revolución.

More dijo...

Cariños Beatriz.Sí es verdad,pero te imaginarás que eso lejos de ser consuelo, es más triste aún.
Creo que la mayor estafa que los gobiernos han cometido es esta de violar, de ultrajar los derechos que tienen los niños a ser formados en todas las dimensiones de la vida.La educación sigue siendo un bochorno, esa pared deteriorada que uno cree que puede arrecglar poniéndole un cuadro de esos grandes donde salen angelitos y querubines, pa que no se note el asunto.

Hola Irene, bienvenida. Sí la adolescencia es una edad muy difícil, sobre todo para los adultos, poraue rara vez encontraremos a un adolescente que se percate de sus pequeñas tragedias. Es la edad en que enfrentamos peligros que en otra edad no; es la edad en que nos sentimos incomprendidos y solos. Pero no nos damos cuenta de eso,sino cuando somos adultos. Es la época también del "rebelde sin causa" Y bueno a uno le toca lidiar con eso, ayudarlos a canalizar esa energía.
Bonito lo de tu amiga, gracias por compartirlo y gracias a ti por leerme.
Un abrazo.

Mi querido Ernesto, gracias también a ti.Te fijaste que no soy tan "ácida" como me dices?
Gracias por el cariño, que como sabes es correspondido.
Espero que cumplas con la amenaza que me hiciste de venir a Valencia.
Avísame nomás,sí?
Besos.

3rn3st0 dijo...

Es cierto, no eres ácida siempre. Es que cuando te afincas te luces en realidad. Por cierto, no es una amenaza, es una promesa, más pronto que tarde me verás allá en la ciudad del Cabriales y puedes estar segura de que te avisaré, no vaya ser que no te de chance de arreglarte ;-)

Un besote More y, por supuesto, el típico gran abrazo :-)

More dijo...

jajaja, yo no tengo arreglo! La naturaleza se ensañó conmigo, jajajja.
Gracias siempre por ser tan gentil.
Un abrazo.

Oswaldo Aiffil dijo...

Buenos días More! Un post lleno de verdades. De los más bonitos que he leído siempre. Un post lleno de sentimientos. Adornado por esos "locos bajitos". Muchos besos!

More dijo...

Oswaldo, querido amigo,qué grata sorpresa verte por aquí!!
Gracias!!
Que tengas una semana excelente.
Un abrazo.

Cecilia de la Vega dijo...

Me encantó saber de tus alumnos y del festejo de tu comple. Vos no podés merecer menos. Tenés que sentirte orgullosa de haber calado tan hondo en esos locos bajitos. Los docentes a veces no medimos hasta dónde podemos influir en nuestro alumnos, hay que ser prudentes y sobre todo responsables.
Te mando un beso enorme y ¿cuándo fue tu cumpleaños???

More dijo...

Querida Cecilia, gracias por visitarme.Te digo me siento orgullosa de ellos, de los inteligentes que son y de lo brillantes que llegan a ser muchos de ellos.
Y sí,tienes razón hay que ser muy reponsable, como docente y como persona con esos locos bajitos.
Cumplí en octubre, 22.
Abrazos, linda.