Escribo este artículo a sólo una semana de
la toma de posesión del presidente Chávez. Pensaba hacer unos comentarios de un
texto que he leído este diciembre, pero no hay nada que ocupe más mi atención, y
sé que la de muchos, que no sea la enfermedad del presidente. Al respeto, son
muchas las especulaciones que los medios de comunicación han hecho. Algunos han
dicho que está agonizando, otros sin más ni más, lo dieron por muerto. Ningún médico tratante
ha dado declaraciones al respecto, sólo los más allegados a Chávez han descrito
su situación delicada pero estable; el más optimista, Maduro, ha dicho que en
el paciente prevalece una férrea
voluntad hacia la vida. Pero no sabe nada con certeza. Pareciera que ellos
mismos ignoran su verdadero estado de salud, pareciera que es grave, muy grave,
a juzgar por la cara de tristeza de los que estuvieron en la misa oficiada en
Caracas para pedir por su recuperación. Como todo lo que rodea a Chávez tiene
carácter de cosa popular y por ende de sorpresa y asombro, las
manifestaciones del pueblo no se han hecho esperar: raperos, cantantes de
hip-hop, joroperos; poetas, escritores, gente común, han manifestado sus sentimientos, amén de los
innumerables mensajes de texto que nos llegan al teléfono invitándonos a hacer
cadenas de oración por la salud del
Primer Magistrado. No dejan de asombrarme estas cosas y con ese asombro me he
encontrado una vez más preguntándome qué tiene Chávez, qué hay en él que hace
que millones de personas, creyentes y no tan creyentes dentro y fuera del país,
se aferren hoy más que nunca a su Dios, a las Vírgenes, o a una imagen
cualquiera, para arrodillarse y poner entre esa imagen y él, ese único deseo que ferviente les sale del
corazón: Dios, haz que mi Presidente
sane. Hay cosas que la
Historia oficial no podrá explicar jamás. No sabe cómo, no
tiene el lenguaje para describir este
sentimiento, no se puede echar mano del lenguaje científico, supuestamente
objetivo, de la Historia
para explicar tanto. Su lenguaje servirá para dar cuenta del Chávez que nació
en Sabaneta en 1954, que dio un golpe de Estado en el 92 y que fue presidente
entre 1999 y X fecha; con él se enumerarán las obras que se hicieron durante su
gobierno, y probablemente en Google encontraremos que en lugar de gobierno diga
dictadura. Pero la Ciencia
no podrá evaluar lo que realmente significa el presidente. De decir quién es o
quién era, se encargará el imaginario popular. Únicamente su léxico sabio podrá
dar con la expresión exacta para significarlo a él, y en torno a su ser,
describir la devoción, la cándida devoción que le ha profesado en todas sus
circunstancias. De hecho, ya lo está haciendo en sus coplas, en su reggaeton,
en sus rapeos, en sus versos y en sus oraciones. De modo que el verdadero
Chávez, si ha de estar preso entre las páginas de un libro, será en el de la
poesía del pueblo.
¿Qué tiene Chávez, aparte de una enfermedad
estúpida? Me lo sigo preguntando. Lo
hice la noche del 31 en que por primera vez
hice el ritual de las uvas y mi primer deseo, fue por el
restablecimiento de su salud. Lo hago ahora
que observo cómo el corazón de la gente se abre en tan colorida gama de
sentimientos que bambolean entre el cariño ingenuo o fiero, la solidaridad y la gratitud. Lo hago cada vez que mi hijo Horacio me consulta, como
si yo fuera el Oráculo de Delfos o una Adriana Azzis cualquiera, en torno
a si creo que Chávez mejorará. Me lo pregunto en este instante en que entre
mis manos tengo un pedazo de papel teñido de rojo, que pegado a los restos de
un globo, encontré en mi jardín el primero de enero y que decía “pido salud
para Chávez” Y la respuesta es tan simple como nada. Porque, si nos ponemos a
ver, por fortuna, nada hay de deidad, ni
de héroe, ni de superhombre en él. Nada. Chávez es como cualquiera, suda, se enfurece, se equivoca, acierta, se vuelve a equivocar, Chávez va al baño… y todos sabemos que defecar
no es exactamente asunto de dioses… El Presidente se voltea para ver “un
culito” como dicen mis alumnos, dice chistes malos, espeta groserías, grita,
eructa…
O a lo mejor es justamente eso, haber
comprendido que Chávez es tan común y tan humano como nosotros; que él es el
rostro ordinario, alegre o sufrido, de todos nosotros. ¿Quién no reza por uno
de los suyos? Pero si existe alguna otra respuesta
probablemente ésta tenga que ver con un recuerdo que tengo de la niñez. Estaba
muy triste, no sé porqué tan triste, en un rincón del solar, y mi abuelo fue,
se agachó a mi lado, y me pasó la mano por la cabeza. Sólo con ese gesto me
dijo cuánto me quería, sólo ese gesto me ayudó a levantarme. Eso hizo Chávez. Pasó la mano por la cabeza a quienes no tuvimos otra realidad que no
fuera la tristeza de vivir en medio de tanto abandono y de tanta mierda. Y nos
ayudó a levantarnos… lo cual sería
suficiente para entender que en el cielo
del 31 de diciembre, no sólo uno, sino decenas de globos pudieran haber llevado a las
estrellas estas palabras tan nuestras: “pido salud para Chávez”
No hay comentarios:
Publicar un comentario